Torerías: Humanizar la espiritualidad

Sería imposible desligar la Tauromaquia de su esencia espiritual y ritualista. Desde las faenas camperas que se realizan diariamente donde vaqueros y caporales saben que se juegan la vida en su contacto con el toro bravo.

Ahí están las muchas cornadas que han padecido ganaderos y trabajadores del campo. Algunos han estado al borde de la muerte, sino es que otros lamentablemente fallecen en su labor. Lo mismo torileros, transportistas o hasta gente que trabaja en los callejones de las plazas de toros. Esta cercanía con el peligro real, la muerte que siempre se dibuja en los pitones del toro bravo, también convierte a los integrantes de la fiesta además de toreros, en personajes con un sentido espiritual y ritualista. Entonces esa actividad ya no es un trabajo cualquiera, toma un sentido más profundo que da sentido incluso a la propia existencia.


Grandes culturas nos han mostrado que sus bases están en la fuerza del espíritu y gozan de un orden ritualista. Ahí está la japonesa cuyos orígenes del “zen” liberan al hombre de sus pasiones materiales y carnales, permean en la disciplina militar de los samuráis. Ya en occidente, los griegos nos regalan infinidad de pensadores donde el Estoicismo, una de las muchas escuelas que moldean la conducta, nos muestra que dar sentido a la vida es permanecer con rumbo fijo, sin caer en excitaciones falsas o comodidades exageradas. Corriente filosófica que llega a los romanos con Marco Aurelio. Platón nos regala cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, templanza y coraje. Pero esto no con un fin de convivencia con nuestros semejantes, sino para trascender del terreno humano.


Y esta es una de las problemáticas que enfrenta la fiesta taurina en su actualidad, vivir en medio de una tendencia práctica que pretende humanizar todo: los animales, las religiones, las corrientes filosóficas, las pasiones, las diversiones; menos al propio Ser humano el cuál se vuelve cada día menos tolerante. Dejando de lado el terreno espiritual que le pertenece de manera exclusiva.
Cuando vemos a los toreros dispuestos en sus burladeros de matadores, esperando que se abra la puerta de toriles, se abandona el espacio de lo terrenal, es una entrega plena a la sacralidad y entonces ya no existen las comodidades de este mundo material.
Humanizar la Tauromaquia es hacer a un lado las actividades que gozan de virtudes que superan lo carnal y lo mundano.
Nos escuchamos la próxima semana.


Trascienden los tiempos, tocan los sentidos y excluyen la razón. Si usted me lo permite, al igual que otras manifestaciones de arte, sí, la Tauromaquia cultiva el alma, lo mismo que las religiones. Como decía Juan Pablo II al referirse a la relación del hombre y su espíritu: “No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede hacer perecer el alma y el cuerpo”.


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