Por: Nora Merino Escamilla
La noticia del asesinato de Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, ha conmocionado profundamente a todo el país. No es un hecho político, es un hecho humano. No se trata de partidos, se trata de una tragedia nacional que duele en lo más hondo, porque detrás del cargo había un hombre de lucha, un padre, un esposo, un hijo y un servidor comprometido con su tierra.
Carlos levantó la voz, señaló injusticias y enfrentó realidades que muchos prefieren callar. Su valentía no debe olvidarse, pero sí debe servirnos para reflexionar en lo que estamos haciendo —y en lo que todavía falta por hacer— para que algo así no vuelva a ocurrir nunca.
No podemos hablar de seguridad ni de democracia sin reconocer la herencia de años de abandono y desgobierno. Durante demasiado tiempo, municipios y estados fueron entregados, de manera silenciosa o abierta, al crimen organizado. Mientras se presumía “mano dura”, se toleraba la corrupción, se debilitaban las instituciones y se dejaba al pueblo a merced del miedo. Esa es la herencia que hoy seguimos pagando.
Por eso, el Gobierno Federal encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum ha sido claro: la única manera de enfrentar este problema es con coordinación real entre los tres niveles de gobierno. No más discursos vacíos, no más improvisación. Se necesita inteligencia, trabajo, presencia, y sobre todo, voluntad política.
Hoy se combate no solo al crimen, sino a las causas que lo alimentan: la pobreza, la desigualdad, la marginación, el abandono institucional. Porque ningún operativo será suficiente si seguimos teniendo comunidades sin oportunidades, jóvenes sin futuro o municipios sin respaldo.
Reconozco al secretario Omar García Harfuch y a la presidenta Sheinbaum porque, a diferencia de otros tiempos, hoy se habla con la verdad. No se inventan historias, no se buscan excusas. Hay sensibilidad, hay transparencia y hay una determinación firme de enfrentar el problema de raíz.
Pero también hay que decirlo: esta tragedia no puede ni debe usarse para buscar votos. Quien intente convertir el dolor en plataforma política está desvirtuando el sentido más humano de la responsabilidad pública. No se trata de ganar aplausos ni de buscar culpables para sacar ventaja. Se trata de asumir compromisos para evitar que esto vuelva a pasar.
La responsabilidad también es de los partidos. Deben garantizar que los perfiles que postulan sean intachables, que no estén ligados a intereses criminales, que no deban favores a quienes corrompen y destruyen comunidades. Hacer política no puede seguir siendo una labor de alto riesgo. Representar al pueblo no debería costar la vida.
Y en ese sentido, también debemos reconocer que cambiar esta realidad implica un trabajo profundo, cultural. Durante años se normalizó la violencia, se glorificó al dinero fácil, se confundió poder con respeto. Recuperar el sentido del servicio público, de la comunidad, de la solidaridad, es una tarea que nos corresponde a todos.
Hoy, más que nunca, México necesita unidad, empatía y responsabilidad. No más silencio, pero tampoco más simulación. No se trata de tener la razón, sino de hacer lo correcto.
La muerte de Carlos Manzo no debe quedar en el olvido. Debe ser un punto de inflexión. Un llamado para entender que la paz no se decreta: se construye, con justicia, con verdad y con compromiso.